El abismo que no es (Capítulo I)


Nada parecía real. Aunque el color del cielo se empeñara en golpear los vidrios empañados de la ventana. No. No parecía. Tal vez no lo fuera.

Habían pasado dos meses apenas, ¡dos meses ya! Y era tan irreal que se podía palpar.

-Tengo que vaciar la papelera del escritorio-, se repetía Katie para no sucumbir ante tanta irrealidad. Necesitaba aferrarse a algo trivial, a algo lo suficientemente real como para ocupar su mente atormentada.

Nunca había sido una chica desvalida. Todo lo contrario. De pequeña, era la envidia de sus amigas del colegio y se sus compañeras de hockey, por no hablar del equipo de natación, que le rendía su admiración conjunta después de cada victoria. Nadie dominaba el estilo espalda como Katie: velocidad acompañada de gracia desde el primer instante de la largada. Quienes la llegaron a ver nadar en alguna competición, aseguran que jamás se vio ser humano tan armónico y efectivo en el agua. La prensa local, inclusive, se había hecho eco en más de una ocasión, de su brillante desempeño.

Pero nada de esto viene al caso ahora. Nada tiene un sentido, ni mucho menos, lógica. Ahora que es apenas una sombra que se arrastra por los ambientes de una casa ajena, cuyos rincones ya ni siquiera reconocen sus ojos. Pero Katie y la fragilidad, digámoslo así, no confraternan. Esta de ahora, no es una convivencia agradable. Hay más de uno que se congratula ante la adversidad, quienes incluso eligen el sufrimiento como compañero de vida: motivador, inspirador, tal vez. No es el caso de Katie. Tal es así, que esa mañana hasta cruzó por su cabeza la idea de poner fin a su vida.

Sucede que vaciar conscientemente la papelera del escritorio resultó una acción apropiada. Ocupó el presente de una manera arrolladora. Purificó en cascada su mente, hasta que el hartazgo y el dolor comenzaron a desvanecerse como una nostalgia que se aleja.

La inspiración la obligó a bajar hasta la tienda naturista de la otra calle, esa que ostenta manzanas increíbles y espinacas imposibles de tan verdes. Se haría un buen batido al subir a casa. Y eso no era apenas una simple decisión. Eso, por tonto o loco que pueda parecer, era la decisión más trascendente que Katie había tomado en los últimos dos meses. O más.

Un perro ladró a lo lejos, pero algo despertó en ella. Posiblemente la sensación de vida al otro lado de la ventana empañada. Fue hasta el cajón donde descansaban las llaves y estiró el otro brazo para agarrar la chaqueta. Ya estaba lista. (¿Lo estaba?) Objetivo conseguido: la calle, a sus pies.

Comentarios

Entradas populares