Capítulo II

 

El viento no llegaba a ser molesto. Era la bocanada justa contra la piel. Su cara reconociendo el afuera, traspasando el límite de su propio límite. Y eso estaba bien.


Había olvidado la bolsa de tela, ¡ella! que mantenía un discreto ecologismo, anónimo y equilibrado. Claro, esto, como todo, hasta hacía dos meses atrás. La simple idea de que un cartón comulgara en la bolsa con los desechos orgánicos, podría provocarle una agitación, una subida en las pulsaciones que su pulsera inteligente se encargaría de reportarle. Tampoco soportaba ver papeles tirados por la calle. Ahí la indignación sobrepasaba la compostura y no dudaba en encarar al perpetrador de turno, sin vacilar.


Pero ahora, el viento le devolvía cierta complacencia. Aquí y ahora: atisbos de libertad.


Era como si el sentido volviera a formar parte de su realidad. Como si cada pieza en el puzzle imaginario de sus días, pudiera ser encajada casi (casi) a la perfección. Y una mueca de sonrisa le sopesó facciones.


-(…) y en qué la puedo ayudar?-, el cincuentón que despachaba en la tienda naturista, examinaba tras su mascarilla, el rostro confundido de Katie.

-Ah, sí, perdón, ¡buenos días!-, se excusó tímida, antes de enumerar la lista verde.


Por un momento, le cruzó por la cabeza, aventurarse hasta el parque. No estaría mal ver a los niños treparse a los árboles, o a alguna pareja de ancianos esfumarse en un banco al sol. Pero sólo fue un momento y enseguida enfiló la vuelta a casa.


En otras circunstancias, le hubiera sorprendido que todos llevaran mascarilla. Pero lo cierto es que Katie en ese momento no notó nada que le llamara la atención en los transeúntes y eso que por poco choca con un chico que paseaba a su perro, cara a cara en plena esquina.


En cambio, pensó en sacar la vajilla de su abuela al llegar al departamento. La suya, de Ikea, tenía los típicos saltados de los bordes, tan molestos y tan absurdos. Era liberador dejar flotar los pensamientos otra vez. Debatirse en cuestiones terrenales que poblaran rutina como se debe. Deleite simple pero hijo de una conquista agotadora que le había llevado, cuando menos, dos meses a Katie.

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