Malena (cap. lll)

 

III

Dispuso la ropa en montones, casi por categorías, aunque con ciertas licencias. Lo mismo con los cosméticos y reservó apenas un pequeño neceser para el maquillaje. (¡Qué maravillosa sensación de liviandad le habían regalado los años! Ella que antes coleccionaba labiales, rubores, sombras y más.)


15.45 Munich. Una hora y un destino. Había vuelto el tiempo de volar y su cuerpo lo sabía. Adrenalina a flor de piel, nervio del bueno y olvidos momentáneos, hijos del fervor más genuino. La pandemia no le había quitado tanto, a su forma de ver, más bien le había aportado. Aunque esto de subirse a un avión casi cuando le apeteciera o de meterse en un cine sin casi pensarlo dos veces, eran verdaderos regalos pospandémicos y doblemente saboreados.


No quiso ver el pronóstico, sabía que el cielo de Munich iba a estar probablemente más nublado y tal vez gris y que un buen abrigo la cobijaría lo suficiente. Eso era todo.

La habitación de hotel estaba bien, sin pretensiones. La decoración acompañaba con sobriedad una cama gigante que se llevaba todo el protagonismo. Un escritorio frente a la ventana, un poco forzado pero que sin duda, aprovecharía. Un mapa antiguo imperial y algún paisaje menos industrial que lúgubre. El baño con los enseres correctos y una agradecida discreción. El blanco de las toallas no era el esperado pero casi nunca lo es.


Pero lo que Malena quería era echarse a la calle. Andar por los portales y detenerse en las esquinas. Mirar vidrieras, ver gente ocupada en sus asuntos. Sentirse ajena. Sentirse ella.

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