Malena (cap. ll)

 II

Parpadeaba en la oscuridad. A veces para ver las estrellas, esas constelaciones propias que al apretar con fuerza los párpados, su mente le ofrecía en micro instantes que parecían años luz. Otras, para ver qué tenía delante en esa oscuridad absoluta porque, se sabe, lo absoluto es casi imposible.

Y era mejor cuando no se esforzaba tanto y de pronto aparecía papá, con su sonrisa siempre a mano y su palabra de calma. Si se esmeraba, de golpe caía un recuerdo atronador, de esos que mejor no evocar. La memoria es una caja de sorpresas y Malenita querida, vos ya sabés mejor no alimentar monstruos.

La expresividad se le daba bien, no a nivel artístico, ni siquiera público. Pero es cierto que cuando hablaba, lograba atraer la atención y sobre todo, acallar voces más ligeras o innecesarias. Y eso le gustaba. También sucedía algo casi fenomenal cuando cantaba, aunque acorde con la información que contábamos, espectadores como tales no había tenido en su vida. En fin que, sólo si lo creía estrictamente oportuno, Malena abría la boca.

La pared de ladrillos interrumpida por dos cuadros, sencillos y claramente evitables. La campana de bronce que hacía esquina y que le recordaba a su abuela. La decoración, sin duda, podía volverse algo perturbador o algo mágico. Pero eso sólo lo aprendería con el tiempo y los años (como las ausencias, aunque le costara mucho más).

Pero sí, un ambiente, por ejemplo, una sala de espera de dentista congenia con colores claros, blanco a ser posible y alguna que otra referencia oportuna, por ejemplo fotos de gente fingidamente feliz con amplias sonrisas de un blanco nuclear y perfecta alineación. Alguna planta medio seca debatiéndose entre luces artificiales y roces continuos. Y poco más.

Ahí tenemos el banco, con sus carteles de tarjetas gigantes y sus promesas escritas, aún más grandes, a ver si por tamaño va la cosa… los monótonos escritorios y sus monótonos empleados. Y números, muchos números por todos lados, en pantallas, en papel y casi hasta en persona.

Pero las casas, ¡ay las casas sí que son otra cosa! Malena podía apreciar desde el minimalismo más despojado hasta casi un punto antes de la acumulación, siempre que hubiera buen gusto y, a ser posible, un estilo detrás. Siempre que el espíritu de los habitantes se viera estéticamente reflejado en una pared, un estante o un rincón. Y ella misma, había sabido coquetear, a veces entre despojos; otras, en abundancia, pero siempre en fiel reflejo de su espíritu, casi siempre errante.

La limpieza podía llegar a ser, como algunas otras cosas, material de disputa. Porque en este terreno sí que desde la casi abstención, hasta el fanatismo, existe una galaxia casi infinita de intermedios. Malena no dudaba entre un atardecer en el mar y un piso fregado, pero de ahí para abajo, la escala se iba achicando. Es decir, si había cine con ese chico, probablemente no pensaba si el baño estaba recién lavado o no. Sin embargo, el olor a limpio y las tareas del hogar (fuera éste suyo o no, compartido o no, grande o pequeño) tenían un lugar importante. Como debe ser.

-Pobre Male, con lo que acaba de pasar y ella ahí, limpiando los muebles.


Comentarios

Entradas populares