19/10/1925 - 18/02/2012

Todavía me acuerdo del vaso Durax color ámbar lleno de agua que llevabas cada noche a la habitación cuando me quedaba a dormir con vos. De las bromas que nos decíamos antes de caer dormidas y de la manteca abundante sobres las Express que acompañaban el café con leche, antes de llevarme a la escuela. Una vez me despertaste con el Bolero de Ravel y me gustó tanto que lo repetiste otras mañanas. Mañanas de rocío en el pasto de la casa de Haedo. Mañanas donde todo era mañana.

La vida nos pasó hasta el domingo de nuestro último encuentro. Charlamos todo el tiempo. Yo agachada para verte de cerca y vos desde esa cama de hospital, tan ajena. Nos recitaste un tango (Yacaré, averiguamos luego), así flojita y golpeada, pero animada por nuestra presencia y hasta con proyectos. "Quiero una máquina de coser. Ahora hay baratas, vamos a ir vos y yo a comprarla". Me echaste, después de casi dos horas. Fiel a tu estilo, "ya estoy cansada de verte. Váyanse". En un momento, trajeron la merieda y yo te di de a sorbitos con una cuchara de plástico, un poco de leche. Masticaste pero casi no comiste, pan blanco con mermelada, que nunca supe si era de durazno o de damasco. Con pañuelos de papel te iba ayudando a limpiarte la boca, porque no terminabas nunca de comer. No querías comer, o no podías. De tanto no querer. Y así creo yo, te fuiste yendo, porque no había más. Porque se terminaba tu tiempo y era mejor no permanecer. Tu vida la viviste siempre hasta el fondo, con pies, con cabeza y con mucho pecho, con corazón duro, de tanto dar y de pelear también.

Iván me preguntó:
--Y la bisa dónde está?
--En tu corazón, y en el mío, y en el de la abuela, el tío, papá y todos los que la quisimos y la queremos.

Y acá estarás abue, para siempre.





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