Vagones

 



El vagón se tambaleaba sólo un poco más de lo habitual. Ella iba parada contra la pared, inmersa en sus propios pensamientos, cuando sintió la mirada de aquel hombre como un latigazo. 

Esos ojos la miraban como si nunca antes hubieran visto un cuerpo de mujer. La escrutaban, la arrinconaban y la incomodaban al punto de sentirse casi culpable por su fémina condición.

 Cada gesto recibido -sin mirarlo directamente (no hacía falta)-, iba precipitando la situación. El colmo de la incomodidad es cuando alguien tiene que dejar de ser uno mismo por causas ajenas. Y no había en ese momento, en ese vagón, nada más ajeno que la mirada de aquel tipo.

 Por fin llegó a su estación y bajó de aquel vagón como quien se reencuentra con su destino, como quien vuelve a casa y sonrió aliviada al cruzar la calle.

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