Vedi Napoli e poi muori



La mística te acecha en el énfasis de alguna frase elocuente o al final de una calle cualquiera. Cuando el ojo distingue la ropa colgada, de las esquelas que empapelan paredes o pisa las piedras de vesubiano contenido. La mística se respira en el aire. 

Apenas hay tiempo para acostumbrarse al embiste motorizado en cada metro cuadrado. Porque bien utilizado, ha de ser dosificado. Y es que pasa demasiado rápido. Se escapa hacia el mar con esa furia inclaudicable de los hechos. Es el mismo tiempo que los siglos ofrecieron en culturas fértiles propagadas entre la lucha y la fe (acaso la misma cosa).

El mismo que embarcó a cientos de miles a empezar otra vida en la (entonces) próspera América. El mismo tiempo que iluminó los pasos hacia la red de ese dios napolitano que le robó el pedestal al mismísimo San Gennaro, don Diego Armando Maradona.

Desde la colina de Vomero hasta los rincones del Quartieri Spagnoli, desde el puerto que alumbra barcos hasta el Vesubio agazapado, desde el plato simple y delicioso hasta el gesto fraterno, en Napoli se respira mística.
































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