Sin Bauch

Todavía me parece encontrarte en un rincón al rayo del sol que se cuela generoso. Todavía resuenan las alarmas de tus pastillas en mi cabeza, aunque ya no figuren en el teléfono. Todavía tengo el impulso de sacarte a pasear, de buscarte, de llamarte y que acudas siempre contento, con ese entusiasmo de vivir y de amar y de corresponder que sólo vos me dabas.

Siento tu ausencia cada uno de mis días y en cada día, los minutos se estiran huecos al no tenerte conmigo.

De tus 16 años plenos y felices no necesito que me hablen, lo sé mejor que nadie porque te los di, me los diste, los vivimos juntos. De techos, de esquinas, de latitudes repletos. No me alivia ni me calma ese consuelo efímero. De los últimos diez días, latigazos de finitud, hechos de dolor y pesar, prefiero no acordarme (como si eso pudiera ser). Cuerpito cansado ya, de tanto andar, de tanto jugar, de comer, de vivir. Leve y entregado fuiste sólo al final, cuando el dolor te había dejado ya de atormentar y empezabas a ser recuerdo. Muy a mi pesar, pero empezabas a ser pasado. Forzosa ausencia existencial que se lo lleva todo, más tarde o más temprano. Vos que todo lo llenabas, que completabas cada viaje, cada tarde y cada mañana, cada nimiedad cotidiana.

Ahora, que el tiempo parece ir pasando,  inoportuno, generalmente ajeno, me gusta pensarte alma libre. Te pienso todo ser, sin dolor, sin años que pesen, sin citas veterinarias, sin pastillas. Te pienso oliendo los pastos del camino, corriendo una bandada de pájaros, sentado frente a la mesa esperando tu recompensa. Te pienso con tu paso firme y curioso, impregnado de interés. Te pienso a mi lado, a la espera de caricias, de palabras hechas de amor. Yo estoy acá, ojalá tu ser leve y libre pueda sentirme. Sentir que siempre serás mi Negrito tan querido, mi hijo perro, mi alegría inamovible.