20 años

 

Hace veinte años aterrizaba en Madrid, con poco abrigo para eneros del hemisferio Norte, todas las dudas y casi ningún temor.

Las esquinas olían a ajo y humo de tabaco y, con suerte, a un vaho de Heno de Pravia que algún mayor exudaba en mi cara para devolverme en cuerpo y alma a mi abuela. La más gallega de las porteñas y la más porteña de las gallegas. Por eso Madrid era como estar en casa, lejos de casa. Por eso y por mil y una intrínseca razón del corazón, de esas que descubrió Pascal.

Lo ajeno nunca es simple pero con el tiempo se va volviendo más cercano. Y eso ayuda.

El Euro se instalaba en España, contra las voluntades populares --por naturaleza, apegadas a lo conocido- y hablar en pesetas permaneció hasta tiempo después, como costumbre duradera y un poco de trinchera contra la instalación de la nueva moneda.

Para mí, recién llegada del corralito incendiario dellarruista argentino, la paridad dólar (hasta hacía poco, peso argentino) y euro, me dibujaban una economía de escala manejable, comprensible, ajustada a mis necesidades.

Todo es de agradecer cuando algo tan exuberante se posa ante nuestras necesidades más elementales y las vuelve menos amenazadoras. Lo ameno es siempre bienvenido. Y tanto.

Los días fueron pasando y la primavera de Madrid, justificó a Sabina, a pesar del olor a estiercol de mi refugiante parque del Retiro, a pesar de los pólenes voladores que mutiplicaban estornudos y de las capas de ropa que era menester ir agrupando y descubriendo con el paso del día. A pesar de todo eso, el sol acariciaba promesas y el pequeño mundo urbano de día y de noche iba haciéndose más mío, más querido y ahora sí, definitivamente elegido.

A veces quisiera volver a sentir en la piel y en el alma esa liviandad de destino. No era falta de preocupación ni, mucho menos, desinterés. No. Sino algo más sutil y esencial. Orgánico. Era la certeza de estar bien allí donde mis pasos me llevaran. Era aceptar el entorno y hacerlo carne, sin oposición ni beligerancia. Un plácido discurrir aunque intercalado con inevitable melancolía devenida del destierro. Porque ninguna planta es feliz cuando la cambiamos de maceta. El sol no es el mismo, ni la luz, la calidez, los sonidos ni el agua. Para que las raíces se acomoden entre los nuevos nutrientes del sulfato hace falta algo más que viento a favor.


Comentarios

Alberto Roma dijo…
Muy linda tu reflexión :).
Somos hijos adoptivos de la madre patria,
tenemos ganas de volver y también de quedarnos.
Melancólicos de la ubiquidad.
Unknown dijo…
Profundo y vívido..
Recuerdos y presentes,
Desafíos y responsabilidades..
Frutos a la vista.
Nuevamente elegido..
Apostar y continuar,
Dispuestos y predispuestos
El camino es hoy.
Suerte!!
Ro 🥀 dijo…
Qué tiempo más guapos querida amiga🥰 aún recuerdo cuando me cortaste el pelo con la tijera de cortar pollo y algo que recuerdo siempre, cuando nos sentábamos a mirar la gente pasar en la Puerta del Sol, te encantaba ver esa variedad de persona, en el vestir, en el hablar, y todos corriendo. Te requiero cariño preciosa reflexión👏👏👏

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