Un año de escuela (en Madrid)

Los primeros días fueron duros. Para él y para mí. El caminito de altibajos escarchado de frío al comenzar, o bañado de un sol penetrante luego, más la vegetación árida, de hostiles gramíneas, fueron compañía casi exclusiva.

Después, el griterío infantil, de dominio universal. La rigurosidad de la "profesora" Mar, una maestra un tanto old school que se sorprendió por la pronta adaptación de Iván a casi todo. Y el casi merece un capítulo aparte porque se trata del comedor. Un espacio nuevo para él con dos platos, postre y las rigideces del caso.




Había parque antes y después. Y con el vaivén de la hamaca, el cuerpo (y el pensamiento) se dejaban volar alto. Los abrazos y las palabras nos reconfortaban (sí, sí, así, en plural, porque lo que era bueno para él también lo era para mí). Y así pasaron los meses y ese segundo grado español se terminó.




Después de un verano de nuevos horizontes, mucho Mar Andaluz y vivencias enriquecedoras, llegó la hora de empezar por fin tercer grado. Ahora sí: completo, a la par de sus compañeros y con todo por delante.



Entre exámenes y tarea, repleto de obligaciones y calendario al revés, fue abriéndose paso, con muchas más risas que lágrimas y con un comedor asumido ya y bien llevado. Con compañeros más amigos y mochila desbordada.

Las vacaciones de Navidad y estrenar año después de Reyes desde el cole, ¡toda una novedad! Y eso no era nada, todavía estaba por llegar lo mejor: su primer cumpleaños en España.



Y así, dio el sol la vuelta casi completa con Iván en aulas españolas. Justo cuando las cigüeñas multiplican nidos en alturas vecinas y dan sentido al nombre de su colegio. Y a casi todo alrededor.





Comentarios

Gaby dijo…
Tus palabras amiga, tan acertadas y profundas. Vivir cerca tuyo esta montaña rusa, sin duda me reconforta. Te quiero

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