Apagón y tormenta

Un pie sigue al otro en escalada obligatoria y sin vuelta atrás. Cada número en la pared, es una señal: lo que falta para el destino final. Los músculos de las piernas se tensan, trabajan, responden. No les puedo pedir más. Pero el oxígeno escasea y  los latidos se aceleran. Cada vela consumida hasta sus ceras más remotas, me va quitando mi propio aire, mi propia luz. Los recodos rememoran esos fuegos consumidos. Mientras, sigue el avance agotador, pero fructífero: los números me alientan, ya hice más de la mitad del recorrido.

Caen los rayos, esas llagas eléctricas del pobre cielo, el agua sigue acumulándose en las calles. Alguien muere ahogado. Otro, electrocutado. Alguien muere porque se acabó la arena de su reloj, que no es lo mismo. O tal vez, sí. Todo puede suceder en un instante. Abro la puerta de mi destino final y me esperan con fervor y pedidos lácteos. Recupero el aliento, tomo aire, y me desentiendo de la arena que sigue cayendo en mi propio reloj.

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