Vicky Cristina Barcelona

Estas son dos amigas (Johansson-Cristina y Hall-Vicky), discímiles ellas, que deciden aceptar la irreprochable invitación de pasarse un verano entero en Barcelona. Entre vinos, Parq Güell, rambla, guitarra flamenca y Gaudí, reciben una propuesta de boca de Javier Bardem, alias JuanAntonio. Un viaje a Oviedo, en avión privado, para ver una escultura, pero básicamente, para beber bien, comer bien y hacer el amor. Los tres.

Allen, fiel a su estilo, empieza por enfermar a su alter ego femenino, la pulposa Cristina, es la artista del dúo y la cirunspecta Vicky, con su tesis de cultura catalana y su próspero prometido, devenido luego en esposo, finalmente es la primera que recala en JuanAntonio a la luz de un Oviedo que apenas puede pronunciar.

Mientras, María Elena (Penélope, que no la del bolso de piel marrón, sino la ex), omnipresente, acapara aún el corazón del ibérico pintor. A despecho del trío que no pudo ser, no al menos, en el orden y concurrencia que él proclamaba, termina por establecerse entre la suicida MaríaElena y Cristina, más turista y más americana que nunca.

Los diálogos Bardem-Cruz en español son perlas legítimas. Lejos, lo mejor de la peli. Aunque siempre es una delicia desentrañar los diálogos de Woody, pensarlos desde su lado, con la visión de sus ojos multiplicados detrás de las gruesas gafas. Y los paisajes de Barcelona, el color de Oviedo, los vinos que se llegan a oler.

El trío Cruz-Bardem-Johansson dura lo que tiene que durar (tal vez un poco menos, a juzgar por el extraño equilibrio conseguido) y el despiadado Bardem va en busca de la chica recta (Hall, destacable por naturalidad, entre otros atributos actorales). Pero, balacera y esposo mediante, todo queda en unos besos furtivos y poco más.

Llega el final. Las chicas vuelven al Pratt, pero esta vez con otras caras. Aunque las dos siguen manteniendo con más gracia que estoicismo, iguales pilares para sus vidas neoyorquinas.

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